La belleza de la mujer viene de la naturaleza, en cambio la música proviene de ambas al mismo tiempo. Quedo siempre maravillado por la forma tan sublime en cómo te fusionas con la creación. Tu forma de tocar es tan singularmente apasionada que hasta los árboles se paralizan para exclamarte en silencio, tus melodías inspiran el canto de las aves, tus pasos son tan ligeros que ni las hojas más delicadas lo sienten, tu ritmo hace que la lluvia siga tu compas, los ríos se apoyan en tus acordes y el viento sopla la mismas notas que tu le dictas con franqueza.
Hasta las semillas son más fecundas cuando las riegas con tu música. El bosque tiende a tus pies un manto de pétalos, hojas, cortezas y pequeñas ramas para que tu caminar sea seguro. Eres parte de un mundo colorido, de múltiples sensaciones, aromas y juegos de luces, por eso sabes fusionarte con este universo, está en tu esencia el saber encajar en el corazón de la creación, simplemente llegas y te integras con gran facilidad. A su vez el bosque te nutre con inspiración y te protege en el transitar de esta vida.
Lo más genuino es que consideras a tu instrumento como una parte de tu cuerpo y una extensión de tu personalidad. Quieres perderte entre los árboles y formar parte aquel reino natural, pero no lo harías sin llevar tu violín, aquel con el que tocas para rendir tributo a la creación, con el que ayudas a moldear nuevas formas de vida, porque tu música desborda aquella vitalidad que alegra los sueños y embriaga los sentidos.
Cuando tocas parada sobre la tierra húmeda logras moldear la luz de los atardeceres a tu antojo y hasta calculas los rayos de sol que entran al bosque; inclusive dominas el clima según el ritmo y melodía que extraes de tu violín. Eres la ama y señora de tu propio reino.
Texto: Roberto Palmitesta
Modelo y fotos: Anastasiia Mazurok @mmm_anastasy