Lamb of God es una banda acreedora de varios títulos: “Los maestros del Groove metal”, “los Pantera modernos” o los “líderes de Nueva Ola del Heavy Metal estadounidense”; de todos estos nombres puestos por la prensa y por los fans hay muchas verdades, porque sin duda ha sido una de las agrupaciones más importantes del metal en los últimos 20 años.
Su nuevo disco homónimo era uno de los más esperados del rock en general, porque han pasado 5 años desde su última producción de estudio y venían de superar varios problemas más la salida de uno de sus líderes y fundadores, el baterista Chris Adler, considerado uno de los más habilidosos del mundo.
Luego de cambios y obstáculos viene bien reformularse para iniciar una nueva etapa, es por ello que le dan por nombre Lamb of God a su nuevo álbum. Borrón y cuenta nueva y ahora están de regreso con su instrumentación fenomenal, más la potencia de su lirismo sociopolítico.
Prueban que siguen siendo titanes y continúan creando obras notables de adrenalina emocionante y cautivadora. Bajo el sello Nuclear Blast, este larga duración es una adición increíble a la discografía de la banda, aunque por otro lado se siente la ausencia de Adler en la batería, con todo y que Art Cruz ha sido un digno sustituto, pero se sabía que iba a ser sumamente difícil reemplazar a un baterista de esa talla.
Randy Blythe tiene mucho que decir vocalmente con sus gritos y gruñidos, que siguen siendo viciosos de principio a fin. Este frontmen es el gran protagonista de esta nueva entrega. Los guitarristas Mark Morton y Willie Adler, junto con el bajista John Campbell, traen su calidad y sonido de fábrica, cautivando a los oyentes canción tras canción con un trabajo de cuerda vibrante y desenfrenado. Sin embargo, pese a que se siente la ausencia de Chris, hay que reconocer que la batería de Cruz ayudó a sentar las bases para el flujo del disco, con mucho frenesí alimentado por la adrenalina de sus bombos.
«Memento Mori» es una excelente pista de apertura que llama al espíritu humano a encontrar esperanza y fortaleza. Sobre el ritmo de la batería rodante y el estimulante ritmo de la guitarra, Blythe grita palabras de aliento, que vienen muy bien en estos tiempos pandémicos y de desorden social. “Reality Bath”, “New Colossal Hate” y “Bloodshot Eyes” siguen ese orden musical y son canciones que indudablemente armaran muchos mosh-pits en los conciertos porque son avasallantes.
Insisto en la brutal labor vocal de Blythe, quien a lo largo de todo el disco deja en claro su postura política, con su disgusto hacia los líderes mundiales corruptos y la crueldad humana; su forma de cantar tan imponente resuena en todo momento, infundiendo a la música una tremenda sensación de emoción, acompañado por una instrumentación aplastante de sus compañeros.
La aparición de Chuck Billy en «Routes» es sólida y su combinación con Blythe es mortal, además de que las guitarras tienen un cariz más al estilo Thrash que les queda fenomenal. La voz de Jamey Jasta en «Poison Dream» contraste con la voz de Blythe y el sonido de la guitarra, ofreciendo algo diferente al disco y presentando otra fórmula que pudiera ser aprovechada en el futuro.
