Una de las cosas que me caracterizan es que me encanta pasear, conocer y descubrir, y me emociona leer sobre los sitios que visitaré. Es uno de mis pasatiempos favoritos. Quise salir a despejar un poco mi mente. Tuve la impresión de que noviembre paso muy rápido, como un chasquido de dedos, así que decidí visitar parte del casco histórico de mi hermosa ciudad para cambiar un poco mi rutina semanal, a pesar del palo de agua.
Parte de nuestra Caracas afrancesada es el Arco de la Federación, una hermosa obra propuesta por Guzmán Blanco, terminada e inaugurada en el gobierno de Joaquín Crespo. Cuando llegué, me encontré con un hermoso lugar, estaba enfrente de la hermosísima obra de Hurtado Manrique, decorada por Emilio Gariboldi. Cinco centinelas perfectamente esculpidas (tres arriba y dos abajo) encarnan quizás a una Venezuela apoteósica.
La vista que da a uno de los lados del arco no se queda atrás. Entre el verdor de los árboles y el gran guardián de Caracas se puede distinguir la Iglesia de Pagüita y los súper bloques del 23 de enero.
Estoy muy feliz de vivir en una ciudad que nos sorprende. Pese al desastre urbano que han hecho distintos gobiernos, la inseguridad, y algunos ciudadanos, aún se conservan vestigios de la Caracas de antaño.
Este maravilloso sitio se encuentra en pleno centro de la ciudad, escondiendo su historia, su verdor y sus monumentos a la vista de quienes podrían causarle daño. Ahí está silencioso, ajeno al ruido de los motorizados, de los gritos de los bachaqueros, de los parlantes de las marchas políticas, de las ambulancias y cornetas. Ahí está, solemne y único, para el deleite de aquellos que se atrevan a descubrir la ciudad. Ahí está El Calvario, como es conocido por los caraqueños, pese al intento de cambiarle el nombre.
Por Gabriela Samaan @gabrielasamaan