Este escrito no tiene intención de llenarnos A JURO de esperanza, tampoco es una oda al pesimismo en la que veremos lo irremediablemente jodidos que pudiéramos estar; es una crónica propia y que cada quién la sienta como mejor considere.
En Venezuela, el día previo a que anunciaran el primer caso de Covid-19 fue un jueves, todos estábamos tan sumidos en la extraña realidad de nuestra locura criolla, que no teníamos tiempo alguno de preocuparnos por aquello que considerábamos, a lo sumo, como “un poco de chinos engripados”. En Cinex, había una promoción fantástica en la cual las mujeres entraban gratis a cualquier función; así que agarré mi mejor peluca, me afeité las piernas y rellené un sostén con periódico… Nah, tampoco así pues, pero sí tuve la oportunidad de ir con una querida amiga a ver una película de Will Smith convertido en una paloma que salva al mundo, así que esa noche fue linda, pero extraordinariamente común, bajo ciertos cánones.
Nadie esperaba que la mañana siguiente, saliera un extraño espécimen de homínido simiesco a narrar en cadena nacional, que los primeros casos del virus habían sido registrados oficialmente en el país. Recuerdo que ese viernes por la noche, tenía pauta para trabajar en un toque de mi maestro, así que, después de hacer un mercadito express, me dispuse a visitar a un amigo en su oficina, antes de partir a mi trabajo. Nada fuera de lo común, hasta que me percaté que a las 4 pm los negocios estaban empezando a cerrar, la paranoia apenas empezaba a mostrarse en el rostro de las personas.
Mi visita fue infructuosa, ya que, el pana en cuestión ni siquiera había ido a su trabajo ese día. Como buen venezolano, era viernes y el cuerpo lo sabía; supuse que estaría sumido en una profunda meditación, de esas en las que se colocan en la posición del saludo al hígado y recitan, repetidas veces el mantra:
-“Rooooooooooooooooooooon” ¡Digo!…
-“Oooohhm” ¡Digo!…
-“Rooooooooooooooooooohm”
Así que, derrotado ante la metafísica etílica de mi compadre, me dispuse a ir a mi trabajo más temprano, en plan de adelantarme a la maravillosa ineficiencia del Metro de Caracas.
Para mi sorpresa, el tren llegó rápido y pensé: ¡Oh, Lotería!
¡Pero eso no es todo!, el tren llegó medio vacío y pensé: ¡Oh, Bingo!
¡Pero aún hay más!, el tren tenía el aire acondicionado funcional (precisamente porque no estaba atiborrado) y pensé: ¡Oh, Loto Quiz!
Sin embargo, cuando el tren se movió de manera eficiente y sin vendedores, pensé: ¡Ay Chamo!
Tantas bondades juntas siempre son sospechosas, viniendo de una empresa socialista. Las personas tenían una actitud distinta, la ansiedad, tan común en los usuarios, ya no estaba alimentada por nimiedades tan frecuentes como el hacinamiento, los pedigüeños con tufo, o el temor a morir violentamente a causa de un malandro; ¡Ahora había un virus entre nosotros!
Todos se miraban entre sí con suspicacia, se escuchaban comentarios como:
“Si el gobierno admitió tres, deben ser como cuarenta”; “Van a suspender las clases”; “Señor, si me va a recostar el paquete por lo menos invíteme un trago” (Admito que ese último no lo escuché como tal, pero considerando que son más de un millón y pico de usuarios al día, seguramente alguien lo habrá dicho en algún momento).
Cuando llegué al Café Noisette (El lugar en donde sería el evento), había una creciente incertidumbre entre los mesoneros respecto a la asistencia de la gente esa noche, pero afortunadamente, más allá de algunas impertinencias del público, todo se desarrolló de manera “normal”.
Soto Blues Band se presentó, y yo estuve ahí en la asistencia técnica. Pude disfrutar de uno de los últimos toques en vivo que ha albergado la escena musical caraqueña, ya que ese fin de semana, la distopía apocalíptica que vivíamos regularmente en Caracas, se sumió en la distopía apocalíptica que vivimos ahora de manera global.
De un día para otro, el mundo se enteró de lo que era tener escasos recursos para subsistir, y se cagaron tanto, que el pánico general los obligó a comprar todo el papel higiénico que pudieran llevar (una movida lógica, si lo pensamos con detenimiento)
La primera semana fue rara, nació para nosotros el slogan: ¡Quédate en casa!, instalaron alcabalas por toda la ciudad, el transporte público extremadamente limitado, ya que la idea era salir lo menos posible, usar tapaboca, ponerte guantes, echarte antibacterial hasta en el que te conté, pero realmente lo peor fue la constante repetición de una instrucción sencilla: ¡LÁVATE LAS MANOS!
Quedó en evidencia la poca higiene que tienen las personas en su cotidianidad, ya que muchos vídeos tutoriales de cómo debías usar el agua y el jabón (desde los más elaborados hasta los más chaborros), salieron a la luz y se hicieron virales.
Antes de esto, uno se preguntaba cosas como: ¿Por qué el champú trae instrucciones?; ¿Por qué el gel para el cabello tiene una advertencia de que no te lo debes comer?; ¿Por qué los condones dicen en el empaque que se deben usar sólo una sola vez? Bueno, ahora es bastante evidente. Habitamos un mercado compuesto, en gran medida, por simios con título de consumidores.
La segunda semana, hubo una ola de solidaridad que respondía a las tendencias en redes sociales: Los artistas invitando al público a quedarse en casa, algunas compañías farmacéuticas abaratando costos de los insumos necesarios para la protección personal durante la cuarentena (excepto FarmaChoro, ellos no creen en nadie y subieron hasta las galletas) y las empresas de televisión por cable y satélite abriendo su programación infantil y educativa. Todo muy bonito y muy bello.
La tercera semana, los músicos empezaban a mostrar los síntomas de abstinencia a las tarimas, así que cada vez fue más frecuente encontrar vídeos de gente tocando o cantando en los balcones, las bandas haciendo lives de Instagram y eso; los restaurantes haciendo promociones con delivery…
La cuarta y quinta semana en adelante, fue un tiempo en que los negocios empezaron a abrir pseudo discretamente, aunque sea medio día, para poder sobrellevar las pérdidas, (excepto los expendios de artículos alimenticios, esos están cada vez mejor. El localcito en el cual, otrora, yo compraba verduras, hoy vende hasta tobos de Nutella de 3 kgs. Ojo, no los critico, sé que ha sido un trabajo honesto, sólo los uso como ejemplo, porque pasar de vender yuca y aguacates de temporada, a convertirse prácticamente en un mini bodegón, es evidencia de que tales establecimientos están progresando)
Hoy en día, en Caracas, la actitud de las personas realza una expresión cerrícola cada vez más común: “El que tenga miedo a morir que no nazca”
Los fulanos puestos de control ya casi no paran a nadie, excepto aquellos que vean como candidatos adecuados para la acostumbrada matraca. Una de esas alcabalas está justo frente a mi casa; he visto a esas brujas recibir a diario, cualquier cantidad de tributos, como esa vez en que, al policía, le dieron “Pa’l café” un celular nuevo en su caja. No quise saber más nada al respecto, sólo diré que fue un caso real.
A pesar de que el horario para compras está restringido hasta el mediodía, las personas salen a la calle de forma cuasi normal, usan el tapabocas hasta que llegan al local de empanadas de los gochos, en el cual se aglomeran alrededor del único perol con salsa de ajo y lo comparten de una forma bastante familiar, mientras soplan la empanada caliente sin decoro alguno.
La calima, le da un ambiente más lúgubre a la ciudad al caer el crepúsculo, ya nadie sabe qué día es, da lo mismo si estamos en abril o agosto, pero por alguna razón que todavía estoy tratando de asimilar, ¡Seguimos respetando los feriados! Entiendo que muchas personas continúan laborando y no les viene mal un descanso, pero… dude… ¿En serio van a cerrar el supermercado porque es “miércoles de ceniza”?
Es inevitable que el encierro nos afecte, quienes trabajamos en el área de eventos y vivimos de entretener gente aglomerada, (así como miles en otras ramas similares) hemos tenido que reinventarnos y ejercer cualquier cosa que nos permita hacer algunos dólares mientras seguimos en pijama, muchos han aprendido a llevarse mejor con su familia, otros, se estarán encargando de engendrar nuevos miembros; ¡Y eso está muy bien!
Cada quien aguanta la candela a su modo, algunos trabajan y hacen cursos, otros ven tele y se envician con videojuegos; ¡Y eso está muy bien!
No hay un precedente cercano, la Gripe Española sucedió en una época en la cual, te morías de la peste o no; sin conspiranóicos en twitter diciendo que los iluminatis nos están inyectando el 5G para ocultar que los chinos crearon el virus mientras buscaban una receta para hacer asopado de extraterrestre, sin idiotas haciéndote sentir mal porque estás triste y te pusiste a ver Netflix en vez de sacar un doctorado online, sin abejas asesinas gigantes, sin stickers de colores extravagantes y perritos en los grupos de la junta de condominio…
No está mal si hoy hacen de todo y mañana no quieren hacer nada, lo único que una persona sensata puede pedir, es que trates de ser tan balanceado como te sea posible. Llora si debes hacerlo, pero no te dejes ahogar por las lágrimas; ríe y haz cosas divertidas, pero no trates de reducir todo a una payasada porque una pandemia mundial tampoco es una cosa de juego; sé solidario si te nace y tienes los recursos, pero por el amor del Santo Cristo de Atocha, no lo pongas en las redes sociales para que todos vean lo generoso que eres, porque la frontera entre la caridad y el egocentrismo, se llama anonimato.
Yo sé que saldremos de ésta, porque no tenemos opción. Los venezolanos estamos tan acostumbrados a la austeridad, que cuando la diosa del infortunio toca a nuestra puerta, la invitamos a pasar y le damos un cafecito, ¡porque así somos!
En este país, la gente bailaba a los muertos al ritmo de Gilberto Santa Rosa y su: “…Naaaaadie es eteeeerno en la vida; ¡no me lloren!” años antes de que los bailarines esos en Ghana se pusieran de moda.
Estamos hechos de un raro metal, tan maleable que a veces es difícil darle una forma definida; aquí los ingenieros hacen tortas, los arquitectos echan las cartas y desde que nuestros techos eran rojos, ¡los médicos hacen milagros!
Aprendamos a caminar juntos en esto y a ser solidarios de verdad, seamos mejores personas ahorita, para que toda esta cuota de introspección y sufrimiento, hayan valido la pena al final.