Una tarde normal de verano, me dirijo a casa por una ruta diferente, no precisamente para cortar camino, si no para alargarlo. Recientemente reconocí en mí este miedo a mí misma, por eso evito llegar a mi apartamento y tener que confrontarme cara a cara sola conmigo, sin nadie que nos separe, sin nadie que nos interrumpa, solo yo y esta conversación sin final, que no me da la razón.
En esta precisa tarde pasé por uno de mis lugares favoritos en la ciudad. Es el jardín interior de un antiguo hospital europeo, una maravillosa edificación de piedra sólida, con un patio arbolado de naranjos y ficus, una fuente color esmeralda y hueso, con mosaicos que brillan mientras los pájaros chapotean contentos. De pronto en esa misma fuente cae un sonido acuático, una moneda de 2 € al agua que fluye sin parar, los mismos pájaros que antes chapoteaban vuelan asustados. El tiempo se paraliza y mis ojos se sitúan en la moneda pensando «debe ser un buen deseo»…
Mientras tanto en el otro lado de la plaza la música que sonaba se para en seco y hasta el sonido de la ciudad se apaga por completo. Mi mente no lo hizo, y en un momento me transporte a la cima del Cristo en la iglesia del Tibidabo respirando hondo y lento; aspiro el aire cargado de vapor, típico de agosto, e inspiro el alma que sale a toda velocidad dejándome allí, para recorrer el parque de memorias de un artista excéntrico y las calles góticas de una ciudad que no tiene comparación, nada se movía y no se oía ni la brisa, pero mi alma seguía recordando y riendo cada centímetro de ciudad que recorría a toda velocidad; cada vivencia en sus esquinas y sus callecitas como túneles, su eco y su vida.
Recordó el alma entonces el sonido de las ruedas de las maletas y los taconeos nerviosos a entrevistas de trabajo en edificios a los que jamás volvimos. Fue directo a La Diagonal que divide la ciudad en 2 y la rambla que la junta toda de nuevo. Mi alma no podía parar pues quería como recién llegada comerse cada rincón y emocionada, metió más velocidad a su vuelo, y llega hasta el puerto que nos dio 2 años de vida, años de comer, y a la playa que no es playa pero que hoy distingue a la ciudad que por donde antes perpetraron sus enemigos, hoy los entretiene y hace que vuelen para verla, como moscas a la miel.
Pasó también por algunos lugares muy dolorosos de ver en estos momentos, arrugó la frente y siguió con más velocidad hacia la montaña de nuevo, y se detuvo en seco al ver la calle en la que explotaron los deseos materiales de esta niña sola hace algún tiempo. Giró a la izquierda y pasamos por donde ahora esta nuestro sustento y el camino a casa, se coló por esa zona que ya nos era familiar, se desvió para llegar al hospital antiguo donde me encontraba yo todavia sentada viendo la moneda, me asusta por la espalda en forma de broma y despierto de mi pensamiento. Enseguida la musica, el tráfico, la brisa, la respiración de la ciudad, la gente que reía a unos metros… todo empieza a sonar de nuevo y al fin puedo apartar la mirada y recobrar movimiento para oler los naranjos, llenar los pulmones de ese aire de satisfacción que me trajo mi alma en su expreso recorrido, para recordarme que Barcelona es mi fuente de los deseos.
Por: Katherine Marull
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