“Alien: el 8º pasajero” (“Alien”, 1979) cerraba una década en la que la ciencia-ficción había pasado de la búsqueda de una identidad, que pudiera estar a la altura de lo que Kubrick había impuesto con su magistral aproximación al género -con “2001 Odisea En El Espacio”- a evolucionar de un modo inesperado en fórmulas que anunciaban el viraje hacia el espectáculo de masas al que buena parte de la producción anclada al sci-fi iba a rendirse, una vez entrados los ochenta.
Pero antes de que eso ocurriera, y queriendo postularse en unas actitudes que navegaran por senderos más o menos inexplorados, variando los patrones del género con los del cine de terror, Ridley Scott firmaba una cinta “fascinante, intensa, oscura, un prodigio de la narración, del diseño de producción y de la música” que lleva treinta y nueve años asustando, incluso, a los nuevos espectadores.
Pocas dudas pueden haber a la hora de aproximarse a un análisis valorativo de Alien acerca de un alto porcentaje de efectividad, que Scott termina consiguiendo plasmar en el celuloide se debe a la acción directa de lo que el maravilloso diseño de producción de la cinta llega a concretar.
En lo que respecta a los muy diversos espacios que Ron Cobb planteó para componer la Nostromo como lo que compete exclusivamente a la forma en la que H. R. Giger ideó a nuestro amado Alien en sus diferentes etapas de crecimiento, incitando un terror imperceptible en el espectador gracias a la conjunción de ese orgánico y sexual aspecto que le confería el artista suizo, con la forma en la que la cinta lo muestra en pantalla mediante fugaces planos que nunca llegan a dejarnos vislumbrar en su totalidad el asombroso trabajo que el oscuro y peculiar autor consiguió junto a Carlo Rambaldi -responsable de la pequeña boca retráctil de la criatura-
Fascinante es también, y ya no sólo estamos hablando de aquello que es responsabilidad del diseño, la clara diferenciación que Scott y Derek Vanlint, el director de fotografía del filme, establecen entre las estancias asépticas de la Nostromo que son: El comedor y la enfermería en contraste con lo sucio y aterrador del resto de la nave espacial compuesta de pasillos herrumbrosos llenos de cables, tuberías y ahogados por la plomiza y húmeda atmósfera con la que se caracterizan esos idóneos lugares para que el Alien campe a sus anchas.
Aumentando la precisa narrativa de Scott -de la que no sobra ni un sólo plano- que es el miedo natural hacia dichos espacios, las escenas de la búsqueda del xenoformo por esos asfixiantes corredores y todo ese tramo final iluminado por la intermitencia de las luces de emergencia quedaron establecidos de forma inmediata como patrones sobre los que el género volvería una y otra vez en tiempos posteriores.
Por todo ello, y por todo aquello que siempre se queda entre líneas y que uno se guarda por la dificultad de expresarlo con palabras, Alien, el 8º pasajero ha sido, es y siempre será, una obra maestra del séptimo arte y cima temprana de un director que, escalará semejantes alturas con sus siguientes producciones.
Por: Simón Carrillo
Simon Von Koenigsegg
RRSS: @SimonCarrillo_Art