Llegaste inesperadamente en medio de una tibia tarde de primavera, fría como el viento y con ese dulce aroma a jazmín y lavanda, esa mirada penetrante y aquella piel dulce y blanca como el polvo de azúcar. Yo no advertí tu regreso, pero cuando apenas abrí la puerta para entrar a casa, aquel irresistible olor que despedía tu cuerpo inundó mi ser.
Al abrir por completo aquella puerta el sol hizo que brillaras aún más, pero tu expresión facial seguía siendo seria y altiva. Ni tú no yo sabíamos que esperar del otro. Me quedé paralizado y tú por instantes también te quedaste inmóvil hasta que hiciste un movimiento para colocarte, el violín al hombro. Descalza como una hada del bosque y con un vestido carmesí que te hacia lucir como una princesa salida de un cuento infantil, era difícil de creer que tanta belleza fuera real.
No intercambiamos palabras, me fulminaste con tu mirada y rompiste el silencio con tu violín. De pronto sonaron melodías barrocas y diste rienda suelta a tu imaginación musical. Te expresas mejor con música que con palabras y eso lo sabes bien, pronto, con tu música me expresaste más amor y pasión que con cualquier adjetivo del idioma español. Te levantaste de aquellas escaleras dónde estabas sentada y en punta de pie comenzaste a danzar suavemente mientras tocabas el violín.
La puerta estaba abierta y aquellas melodías escaparon al patio de la casa, invitando a las aves a entrar. De forma inesperada te acompañaban en la danza y con su canto algunos azulejos y golondrinas. Más adelante entró un par de palomas. El viento también se unió a la fiesta trayendo sus murmullos y convidando a los pétalos de diversas flores a que ingresaran para dibujar algunas figuras en el aire, que iban al compás de tu música.
Repentinamente dejaste de tocar, porque viste lágrimas en mis ojos. Un azulejo se posó en mi hombro y algunos pétalos rosados y amarillos cayeron en tu cabello. Fue como una señal y te acercaste a mí, me abrazaste y luego susurraste a mi oído: “no llores que vine para quedarme” a lo cual respondí: “no es tristeza, es alegría y esta vez no te dejaré ir”. Las aves nos dejaron solos y el viento cerró la puerta, los detalles de lo que sucedió después solo lo sabemos tú y yo, pero quedó escrito en nuestros cuerpos.
Modelo: Esther Abrami @estherabrami