Intensameste

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¡¿Por qué nos ponemos intensos?!

Hace falta una cantidad considerable de decepciones, unas cuantas peleas de esas que duran hasta las 3 de la mañana y siempre concluyen en alguna babosada como: “Bueno, yo [quizás] no te importo, pero lo vamos a seguir intentando” (así como si aguantar tanta mariquera de alguien -por parte y parte- no fuese una señal de que hay amor, o al menos interés), y la lista de veces en que nos hemos preguntado: ¿Por qué siempre me salen estas locas? (o locos, según el género o preferencia) para empezar a cuestionarte una verdad incómoda a la que todos le hemos huido desde Dios inventó el drama: “Probablemente sea yo el del problema”.

Humildemente, admito que un porcentaje de esto sale de mi experiencia; ser idiota de vez en cuando es una parte ineludible del proceso de crecer como persona, pero también lo es aprender a discernir cuándo efectivamente estamos en una situación que excede nuestras capacidades, o junto a alguien que manifiesta una dosis bien marcada de locura. Es importante aprender a no echarnos la culpa por todo.

Sin embargo, ¿Qué significa ser “intenso” en primer lugar?

Es menester hacer una breve aclaratoria antes de comenzar, ya que esto es un concepto que trasciende las fronteras de la vida en pareja.

En la idiosincrasia venezolana, ser intenso puede tener diversas acepciones:

1. Una persona muy insistente u obsesiva con algo. (o alguien)
2. Una persona efusiva, gritona o cursi.
3. Una persona llorona o muy sensible.
4. En general, cualquier expresión o reacción emocional desmedida.

Recuerdo cuando entrenaba artes marciales y el sensei me decía que cuando uno combate, no debía hacer gestos malvados con el rostro (Claro, mucho menos andar con cara feliz, se suponía que tu intención era partirle la madre al oponente). En principio, la idea es mantener lo que los japoneses llaman metsuke, no voy a entrar en detalles con esto, pero en sí, digamos que es una especie de póker face, tan cultivada y perfeccionada por los asiáticos que se quedaron para siempre con cara de sospecha.

Por lo tanto, es considerado intenso, si estás en un entrenamiento, por ejemplo, y pones la expresión de guerra que todos aprendimos de Mushu en Mulán, para combatir con el pana como si le fueras a arrancar la cabeza, así tengas la intención real de hacerlo (es decir, no te vas a meter a un ring a repartir abrazos). Lo aceptado es tener tu cara de: “No me duele nada”, “soy muy cool”, “no tengo tiempo para sangrar”, agradecer a tu compañero por los coñazos, y luego ir estoicamente a llorar en la ducha.

A lo que voy, es que la intensidad empieza a parecer una manifestación de aquellas emociones que “deberían” ser manejadas en privado sin que “se te vea la costura”.

¿Debemos andar ocultando las emociones y sensaciones? En principio, así pareciera ser, al menos si deseas ser un adulto funcional.

Sin embargo, ¿Qué sucede en otros casos? No todo en la vida se reduce a un dojo y unas cuantas patadas inexpresivas. Las reacciones son algo natural y necesario, son cosas que muchas veces no controlamos, y finalmente ese es uno de los aspectos primordiales de la intensidad: El autocontrol.

Las normas no escritas de la adultez, nos dicen que debemos ser personas responsables, que debemos saber escuchar y ser civilizados, aunque no siempre sea el caso (véase, los usuarios del Metro de Caracas cuando el tren se tarda más de 30 min en llegar. Ese es el descenso al cromañón más rápido que van a observar en sus vidas).

Se supone que ser adulto también implica la absoluta independencia económica y estabilidad emocional, pero como en este blog hablo desde la perspectiva de un caraqueño que aún debe vivir en casa de sus padres gracias a las aventuras de una verruga fantasma y un bigote agresivo, todos sabemos que eso NO va a suceder en un futuro próximo.

Así que reducimos la adultez a trabajar para proveer y a controlar nuestros impulsos; ser tan maduros como sea posible y tan responsables como nos sea permitido, tanto por nuestra consciencia como por las cambiantes circunstancias que nos rodean. Más allá de esto, somos niños mayores de 30 años que gozamos con memes, disfrutamos de los juguetes y lo encubrimos con aires de nostalgia o “memorabilia”, nos reímos de los mismos chistes de Los Simpsons una y otra vez, así nos sepamos el diálogo de memoria.

Es una locura absoluta, pero de alguna forma retorcida, ¡Ser intenso es básicamente todo aquello que se sale de ese esquema!

Tenemos los patrones de conducta que son socialmente aceptables, pero estos realmente son de orden secundario, especialmente por ser proclives a mutar con las tendencias, y por eso aceptan estupideces cada vez más grades, como: “Marcar la cola” (Para quienes no salen mucho de casa, eso significa asegurar tu lugar en cualquier fila de gente al decirle a la persona de adelante: “ya vengo, es que … *Excusa genérica o variopinta*… yo voy aquí ¿Oyó?” y cuando te confirman con el clásico movimiento lento de cabeza mientras berrean: “MMMaJá” eso automáticamente te da la libertad de irte para el coño y volver cuando te dé la gana, sin que tu posición en la cola se vea afectada); también aceptan cosas como el fulano lenguaje inclusivo, pero en este punto debo marcar una línea muy clara entre aquellas personas con altos anhelos de justicia y tolerancia, y aquellas que quizás tomaron un trago de cloro cuando eran niños y su cerebro se atrofió al punto de querer que: “Todes hablemes asé

En mi vasto conocimiento de psicología, adquirido viendo todas las temporadas de Los Sopranos, aprendí que gran parte de la conducta que manifestamos, es reflejo de aquella que nos inculcaron en el hogar, y la otra parte, es la que desarrollamos con base en ella.

La dificultad de este asunto es que, si bien dichos patrones de comportamiento son de conocimiento general, en lo específico, cada quién tiene los suyos, y dependen directamente de su crianza, entonces: ¡¿Cómo cónchale de su progenitora debemos comportarnos sin miccionar afuera del contenedor?!

Nos dicen intensos si llevamos un oso de 2 metros y el montón de rosas a la novia (y con mucha razón, eso sería una intensidad nivel Súper Sayayin). Sin embargo, hay mujeres a quienes les encanta eso, así deban sacar el colchón del cuarto para que quepa el pendejo peluche.

Nos dicen intensos si no esperamos un tiempo prudencial (pero paradójicamente indeterminado) para decir “te quiero”; pero si no lo decimos, entonces corremos el riesgo de que la relación se vea afectada o incluso que se termine debido a conclusiones anticipadas por nuestra aparente “falta de cariño”.

Nos dicen intensos si discutimos algún tema de manera apasionada, pero si no lo hacemos, somos unos aguados. (En este punto, yo no creo en nadie, llámenme Rafa Potter y las reliquias de la intensidad. ¡Parte 1 y 2! Uno debe ser maduro y respetuoso, pero no agüevoniado)

En el caso de las parejas, a veces cuando ambas personas son intensas se retroalimentan y puede ser peligroso, porque los puede llevar al lado oscuro y transformar eso en algo tóxico. Sin embargo, asumiendo que haya algo de madurez en alguno, mientras aprendan a mantener abiertas las líneas de comunicación, teóricamente todo estará bien. Es importante recordar que la pareja es un reflejo de nosotros mismos, a veces de manera directa, a veces por oposición (es decir, cuando son: “todo aquello que nosotros no somos”, nuestra contraparte). No me voy a extender en este punto, pero cierro con la siguiente reflexión: Eso que nos molesta en otros, muchas veces es una representación de aquello que nos disgusta en nosotros mismos; por lo tanto, de una u otra forma, es un vicio propio que sale a la luz. Ahí se las dejo.

Entonces, volviendo a la pregunta del principio: ¿Por qué nos ponemos intensos?

Empezamos a notar un patrón más o menos definitivo, quizás el meollo del asunto sea mantener el balance. Mi abuelita solía decir algo muy cierto y sabio: Ni tan calvo, ni con dos pelucas.

De repente, un osito pequeño y algunas flores en un arreglo decente sean un regalo adecuado, sin ir a la bancarrota ni poner en peligro de extinción a la flora natural.

Quizás podamos decir “te quiero” pero con la salvedad: “no estás obligada a decir lo mismo, tampoco nos tenemos que casar, pero hablo por mi y quería decirte que siento eso por ti”. Y así salimos del embrollo con las botas puestas.

[Un consejo gratis: Si a pesar de eso, igual los botan para el coño, puede haber sucedido una de dos cosas: O lo dijeron mal e hicieron alguna barbaridad con el lenguaje corporal (como quedarse mirando fijamente, tipo sádico en la sección de pantaletas de Trakki o algo por el estilo), o la otra persona simplemente no iba pendiente y ya. Les sugiero determinar cuál fue, antes de perder la dignidad y los reales tratando de convencer.]

Podemos ser tan efusivos como nos dé la gana al debatir, siempre y cuando seamos respetuosos de las opiniones de otros, especialmente cuando sean contrarias. Puede que, en principio, nuestro cerebro reptil nos diga que son estúpidas y deben ser rebatidas, pero si nos damos a la tarea de escuchar bien, seguramente podremos aprender algo de ellas. Aun así, una postura calmada siempre es más efectiva.

Todo esto lo he aprendido a punta de equivocaciones y golpes duros de la vida, así que no estoy tratando de dármelas del conocedor. Yo también soy un estudiante.

Al final, no olvidemos que somos seres humanos y, por lo tanto, NO hay manera de eximirnos a nosotros mismos de ser intensos.

Por una parte, nos ponemos así cuando nos sacan de nuestras casillas, sea por frustración, por fastidio, o por una intensidad refleja que entra en resonancia con la nuestra y nos atrapa en un ciclo de maldad. Por otra parte, nos ponemos así cuando nosotros mismos no nos damos cuenta que hemos perdido el control de nuestras acciones, y la delicadeza es lo primero que se anula en ellas; pero finalmente, lo que nadie les dirá jamás, es que NECESITAMOS ser intensos de vez en cuando.

¡Estamos vivos! es imperativo darnos permiso de tomar riesgos, de hacer aquello que nos asusta, de reír duro y expresarnos, así nos vean feo, y de alimentar a nuestro niño interno, para que éste nos devuelva una estabilidad emocional más o menos saludable.

¡Claro! Quizás no sea la estabilidad emocional más estabilidad emocional de todas las estabilidades emocionales, pero de vez en cuando, debemos hacer ciertas concesiones y llevar el asunto como es, en vez de esperar a que sea como quisiéramos que fuera. Es decir, mientras el carro prenda y nos lleve en paz, vamos a manejarlo, así esté un poquito chocado.

Somos intensos porque está en nuestra naturaleza, pero madurar y darnos cuenta de las cosas siempre viene con letra pequeña: Debemos aprender a responsabilizarnos por nuestros actos.

Basta de romantizar esas pendejadas de “Yo soy así, quiéreme y ya”, porque nuestra conducta es maleable si nos damos a la tarea de hacerlo. No porque nuestros padres hayan sido unas lacras, ni mucho menos porque seamos tauro con ascendente libra y la luna en el occidente de venus retrógrado, quiere decir que esa muletilla será nuestra excusa para ser inflexibles. Así como aprendieron a aguantar las ganas de ir al baño y dejaron de usar pañales, también pueden aprender a escuchar a los demás y defender sus ideas sin explotar; pueden aprender a prestar atención a su pareja sin andar repitiendo los patrones balurdos de las comedias románticas, en los que debemos aceptar malcriadeces y hacer gestos heroicos para probar que hay amor, pero finalmente, podemos aprender a ser valientes y darnos permiso de confiar de vez en cuando, porque a pesar de lo que decían los soviéticos: “Confía pero verifica”, toda relación humana, es básicamente un acto de fe.

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