De Barcelona a Escocia – Edimburgh

Jamás he sido una persona de pensamientos radicales, o parcializados, jamás he apoyado a ninguna ideología como verdad única,ni con vehemencia. La única ley universal que reconozco es la de mi adaptabilidad en cada viaje, mi hambre por conocer más mundo más culturas, viajar es mi religión pero en el camino de cada viaje te encuentras con muchas ideologías de diversas clases, encuentras distintas opiniones y actitudes que no necesariamente corresponden a las propias y la actitud que tomemos ante estas diferencias son lo que nos lleva a ser grandes viajeros, y eso es lo que persigo.

A Escocia decidí adentrarme sola, y aunque me considero alguien fuerte, nunca había sido lo suficientemente valiente para presentarme ante un aeropuerto con la expectativa de caminar por una urbe o una belleza natural sin compañía. Leyendo en mi s adentros, me aterraba la soledad antes de este viaje.

Edimburgh me enamoró, es una ciudad llena de vida, especialmente en noviembre donde todo el mundo se prepara para Navidad y comen, beben, ríen sin culpabilidad alguna. El acento de la multitud era un magnífico sonar de fortaleza vikinga mezclado con la finura de la reina. Las calles alumbradas clamando las fechas no se sentían tan frías, como aquel termómetro que marcaba -4 C, la música alegre me recordó a la ciudad que el Grinch detestaba, la comida era un manjar de reyes cazadores y para llevar, placer aumentado por el imponente sabor de aquel Mulled wine, un vino tinto caliente aderezado con especias aromáticas, naranjas y azúcar morena que hacia tu paladar recrear un cohete a la luna dentro de tu propio cuerpo.

Mientras caminaba no podía parar de sonreír, cuando me temblaba la espalda de frío la risa se hacía más intensa, porque cada sensación me afirmaba que lo que veían mis ojos, lo que saboreaba mi lengua, lo que tocaban mis manos era real, y ahora ese estremecimiento no había logrado despertarme de mi sueño, de verdad estaba allí, disfrutando del aire gélido, del vino hirviente, de la textura de mi almuerzo, del olor a hogar en Navidad. No conocía a nadie, pero todas las personas con las que hablé fueron increíblemente hospitalarias, incluso una pareja de ancianos me ofreció su casa en caso de necesitar un lugar donde dormir, y me hablaron de su comida típica y de cómo estarían encantados de recibirme en su mesa.

Yo era un manojo de alegría perdida en Edimburgh, pero de repente algo captó mi atención, el sonido de una voz melodiosa, grave, armónica, masculina, acompañada de una guitarra acústica con amplificador en el medio de lo que parecía un túnel acústico que hacia reflejar el sonido en las paredes y regresar en forma de eco hacia sus oyentes, como un boomerang, Para dejarlos estáticos, hipnotizados sin poder moverse. No me quedó más opción que sentarme, no podía seguir caminando, esta voz era magnifica, era como un concierto privado para mí, el cantante era un chico joven que me recordó a mi hermano, algo bohemio, de espíritu light, de naturaleza simple, pero ahogado en un arte pura que yo como espectadora no pude resistir. Tuve que quedarme oyéndolo al menos una hora, y cada canción que terminaba me hacía aplaudir como una niña en Disney, allí tuve un momento en el que mi felicidad era tal que quería sollozar y abrazarme desde otro cuerpo y gritar, lo logramos!!!! Amas la soledad también, estar contigo misma no es aterrador ya…

Finalmente llegaron más músicos, eran todos amigos, se saludaban entre abrazos y besos, y yo quería conocerlos a todos pero al mismo tiempo mi nueva amiga Soledad decía: pero si lo estábamos disfrutando solas tu y yo…

Me levante de mi asiento, y una chica cantante de apariencia mística y muy joven, me miró yo solo pude saludar, me congelé un segundo porque tenía muchas horas sin usar mi voz, así que tuve que aclarar mi garganta, y pregunte:

¿Vas a cantar ahora? Ella, amablemente me contesto -Si!!!. Con emoción.

Noté que también tiritaba de frío, y me preguntó, sacando un cigarrillo de un bolsillo de una chaqueta que parecía de su padre si quería fumar, cuando me negué amablemente me dijo: ok, pero…¿ te quedarás a escucharme?

A lo que mi cara sola respondió feliz antes que mi voz saliera para exclamar: Claro!! Cantaba como una sirena, y como seguía viéndola temblar le invite un café caliente.

Permanecí allí oyendo a cada uno de ellos eran al menos 6, y ya estaba oscureciendo, eran todos amigables, amables y curiosos. Me hacían preguntas como: ¿qué hace una chica viajando sola? ¿En Venezuela todas las chicas hacen eso? ¿Cuál es tu lugar favorito?

Me despedí de todos mirando hacia atrás con la mano en alto y lo que era una antes una sonrisa ahora era un par de ojos abierto y una ganas de asimilar esas conversaciones, esa música, esa cultura, la inyección de experiencia apenas estaba entrando por mis venas y me tenía en shock, necesite de nuevo un poco de adrenalina para salir de mi estado de éxtasis, así que baje a la feria navideña y me monte en una atracción infantil, que te hacia volar en círculos a 100 metros del suelo, en pequeños asientos de fibra de vidrio con un tubo metálico como barra de seguridad. Bajé congelada pero de nuevo era un manojo de alegría que conocía la dirección de vuelta al hotel.

La verdad es que no se si hay demasiadas chicas que viajen solas, o si hay muchas como yo que no tenían la valentía de irse a un lugar remoto donde nadie te conozca. Yo era una de esas, pero al despedirme de todos estos músicos entre besos y abrazos como uno más de ellos, con nuevos amigos en facebook que quizá nunca más vuelva a ver. Mi vuelo en aquella atracción que me dejó ver toda la ciudad y una nueva historia me di cuenta que ese había sido uno de los días más felices de mi vida. Que me sorprendí a mí misma dándome el regaló de conocerme y re-enamorarme de mis propias cualidades y defectos en una de las ciudades más bellas de la tierra. Y es que la mejor manera de enamorarse y de conocerse es viajando. ¡Hagámoslo solos primero!.

Katherine Marull - Barcelona Intima


Por: Katherine Marull

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